0
(0)

La maldición de tener un blog es que cada vez que vives algo importante o determinante en tu vida surge una voz que te invita a compartirlo con los demás, aunque nadie te lea. Esa vocecilla es muy difícil callarla y más cuando sabes que es casi un deber compartir lo que has vivido como es el caso. El caso de mi viaje a Bayona (Francia) este fin de semana pasado.

Para que no te ralles rayes si te encuentras algo inesperado te aviso de antemano: voy a escribir mi experiencia en Bayona para que no se me olvide. Y voy a hablar de Dios, aunque no esté de moda. ¿Quieres saber por qué? Pues tan sencillo como que no puedo hablar de lo que he vivido allí y de lo que ha supuesto para mí sin hablar de Él. ¿Que estoy loco? No seré yo quien lo niegue, pero hay quien dice que las mejores personas lo están, ¿no?

Y ahora, ¿te atreves a seguir leyendo?

¿Cómo empezar?

Empecemos por un grupo de rezar el Rosario, sí, aunque pueda sonarte surrealista como a veces me suena a mí. Comencemos por una intención, la de rezarlo cada día por unas familias (dos de Murcia y una de Italia) que lo han dejado todo para irse en misión a Bayona, Francia, para dar testimonio de su fe.

Al principio más o menos lo rezaba con regularidad, lo cual fue un verdadero regalo y me ayudó mucho. Sin embargo, hubo un momento en que empecé a dejar de hacerlo, casi sin darme cuenta, y acto seguido entré en una crisis de fe en la que no veía nada. No entendía por qué teníamos que pasar tantos problemas en casa (ya fueran económicos o de cualquier otra clase), por qué no lograba tener una relación estable y duradera con una chica si veía claro que el matrimonio era mi vocación (es lo que tiene que te acabe de dejar tu novia), qué sentido tenía el sufrimiento que veía constantemente a mi alrededor y qué papel tenía Dios, si es que existía, en todo eso.

Al menos teóricamente, conocía la respuesta que daba el cristianismo, e incluso lo había experimentado en varias ocasiones y lo había visto en otras personas, pero aun así lo había olvidado. No era capaz de ver más allá y aceptar mi vida, aceptarme a mí mismo, ver un sentido a lo que me pasaba.

¿Cómo seguir?

Sigamos conmigo rehuyendo de Dios, buscándole donde no le podía encontrar, queriéndome perder en las cosas que ofrece el mundo, la sociedad en general: mi carrera, la fiesta, las chicas, el ocio, el éxito, el alcohol, los afectos, los viajes, el fútbol entendido como fin y no como medio, el verano. Todo buscándome a mí mismo, perdido, clamando de vez en cuando a un Dios que no comprendía pues para eso antes tenía que creer. Y de eso estaba -y estoy- muy falto.

Me sabía lejos de Cristo y a veces experimentaba la sensación de querer perderme, como si por renegar de todo lo que había recibido desde pequeño fuera a llenar ese hueco que tenía dentro. Al final todo se reducía a una cosa: mi cruz, los sufrimientos que no entendía, me escandalizaban. Y cada vez que veía algo de luz, me ilusionaba otra vez y parecía que salía del empacho que llevaba de mí mismo, acababa cayendo una vez más en la apatía y la desilusión de mi triste realidad de hombre pecador e incapaz de amar.

Pese a todo Dios no se cansaba de mí. Me llevaba a misa, seguía confesándome aunque fuera a regañadientes, me ponía delante el ejemplo de mis abuelos, me llevaba una semana a Évora y además seguía en una comunidad que tiraba de mí sin merecerlo. En este debate interior estaba yo.

Bayona, ¿cómo?

Digamos pues que recibes un email para ir a Bayona por fin, sí, de aquel grupo de rosario del que hablabas al principio de esta entrada, ese rosario que rezabas aquella temporada en la que estaba todo bien hecho. Pongamos que coincide, por ser un fin de semana, con tu partido de fútbol habitual. Rechazas ir y por dentro te lo recriminas.

Sin embargo, te aparecen unas molestias en el tobillo y se te enciende una lucecita en la cabeza que te dice: «¿Ves? Ahora no puedes jugar el partido. Tienes que ir. Quiero que vayas.» Y no solo eso, sino que al día siguiente te enteras de que el partido de ese fin de semana se ha aplazado, antes incluso de que tengas que excusarte de faltar por el tobillo. De modo que al final vas, un poco sin querer, no con muchas ganas, pero vas.

Bayona, ¿qué hay?

Allí te encuentras con las tres familias en misión, con niños por todas partes y una sonrisa de oreja a oreja en cada rostro. Ves que acogen a treinta y cinco personas en dos casas que no eran precisamente dos mansiones, ves que se gastan una pasta en alquilar un local donde celebrar la Eucaristía, ves que cocinan una paella gigante para todos. Ves que no son superhéroes, que tienen sus defectos y cometen sus fallos igual que tú; pero que pese a todo han dicho sí a la llamada de Alguien más grande que ellos, que tú y que yo; dejando atrás sus trabajos, sus familias, sus amigos, su país, sus seguridades. Y claro, eso te denuncia, porque tú no eres capaz de negarte a ti mismo ni un segundo y llevas una buena temporada hastiado de auto-contemplarte.

Bayona, o quizás más que eso

Y te preguntas por qué, cómo es posible que estén contentos así si no tienen nada. Y ellos mismos te dan la respuesta con su ejemplo, una respuesta que llevabas mucho tiempo obviando porque te resulta incomodísima: que si pones a Dios el primero en tu vida eres feliz. Y entonces todo lo demás cobra sentido. Pues la alegría, la verdadera alegría, solo puede ser auténtica si es reflejo de otra más grande. Que el secreto reside en que dando la vida es como se gana, que precisamente por perderse a uno mismo uno se encuentra encontrado por Otro. Que es un horror vivir para sí y que es una auténtica mierda experimentar el vacío como lo estaba haciendo.

Sí, que Jesús muriera por mí no es ninguna teoría, se hacía carne en aquellas personas, lo tenía delante de mis narices. Y lo mejor es que no tenía que hacer absolutamente nada para salir del pozo, sólo dejar que Él me sacara. Porque si Dios había muerto en una cruz no era para que yo ahora llevara mi cruz solo. Allí vi todo eso y recuperé la esperanza. He recuperado la esperanza, eso puedo decir. Y es curioso cómo a Dios le encanta hacerse el encontradizo, pues no encontró mejor imagen para esa esperanza que un niño de tres años cantando «Aleluya» por todas partes.

Bayona, volveremos

Agradecimiento. Eso es lo que sale hoy de mí, y ojalá que siga siendo así mucho tiempo. Al igual que con Évora, Dios me ha hecho un regalazo que no merezco. Ojalá que no lo pierda. Ojalá que lo que he visto allí se me quede grabado en el corazón y no lo olvide. Ojalá pueda poner a Cristo en el centro como han hecho ellos.

Y gracias. Gracias Bayona por ser testimonio vivo y palpable para unos ojos incrédulos que ahora se han abierto una pizca.

Bayona, o quizás más que eso - Foto de familia

Y si estás igual que yo o todo esto te suena a chino, ¡ánimo! Se puede vivir de otra manera. Yo lo he visto.

¡Puntúa este artículo!