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Siempre he estado de acuerdo con esa famosa frase que dice que somos lo que decidimos. Cada elección habla de nosotros mejor que nosotros mismos y, generalmente, con mayor sinceridad.

Pero al mismo tiempo también está esa otra sentencia que dice que cada elección que hacemos implica un sufrimiento por aquello que dejamos de elegir. Es cierto, elegir nos hace sufrir. Sobre todo elegir entre dos cosas que te gustan mucho. ¿Bocata de jamón serrano o de chorizo ibérico? No sé si el ejemplo está bien traído, pero confieso que a mí se me hace complicado descartar al chorizo o al jamón.

El problema de elegir, que es fácilmente reducible a las decisiones culinarias -no sé por qué siempre acabo hablando de comida- se vuelve bastante más complicado cuando hablamos de alguna decisión importante. ¿Cómo discernir qué es mejor?  Yo, personalmente, me considero muy incapaz de velar hasta por mis propios intereses. Y es que muchas veces ni yo mismo conozco mis intereses ni soy consciente de lo que me conviene.

Pero no, no quería centrar esta sucesión de reflexiones desordenadas sobre la cuestión de elegir, sino sobre la cuestión de seguir adelante con una decisión. ¿Quién no ha decidido algo pero ha tenido miedo de las consecuencias? No creo aventurarme mucho cuando digo que tú, que todos, hemos vivido esta experiencia.

A veces actuamos como poseídos por una intuición, otras veces hacemos algo fruto de una intensa reflexión, otras veces ni pensamos ni intuimos ni hacemos nada. Sin embargo, hay veces en que la intuición y la razón se alían, se funden como una sola y parece que Pepito Grillo vuelve a brillar en un nuevo día. Las cosas aparecen claras y diáfanas como por ensalmo. Pero algo falla.

Una vez tomamos una decisión todo debería ser más fácil, pero no lo es. Quizás porque la libertad implica un cierto grado de responsabilidad. Y no nos gusta apechugar con lo que decidimos. ¿Por qué ese miedo al qué dirán? ¿Por qué ese temor a mostrarnos tal y como somos? ¿Por qué esa indecisión en la decisión?

No encuentro respuesta a esa pregunta pero hay algo que tengo claro: no decidirse a actuar es una decisión en sí misma. Y no quiero que el miedo tome decisiones por mí.

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