0
(0)

Me pregunta usted por qué no cargo yo mismo con el sufrimiento, de acuerdo con mi doctrina y con mis palabras. Y yo le respondo con la más extrema vergüenza. Si hasta ahora no he asumido mi más sagrado deber ha sido, ha sido, porque soy… Demasiado cobarde, demasiado débil o demasiado inconstante. Un hombre ínfimo, un inútil, un pecador… Porque hasta el día de hoy Dios no me ha concedido la fuerza necesaria para hacer lo inaplazable. Usted, un hombre joven, un forastero, le habla a mi conciencia de un modo terrible.

Sé que no he hecho ni la milésima parte de lo que es preciso. Reconozco avergonzado que hace tiempo que mi deber habría sido abandonar el lujo de esta casa y el lamentable estilo de vida que llevo, que considero un pecado, para irme, tal y como usted dice, por las calles como un peregrino. Y no conozco ninguna otra respuesta que la de que me avergüenzo en lo más profundo de mi alma y que me inclino ante mi propia bajeza. 

(Los estudiantes se han apartado un poco y, avergonzados, guardan silencio. Tolstói continúa en voz aún más baja.) 

Pero tal vez… Tal vez, con todo, sufro… Tal vez sufro por no ser lo suficientemente fuerte e íntegro como para cumplir mi palabra ante los hombres. Tal vez aquí mi conciencia sufra más que si me sometieran al más terrible tormento del cuerpo. Tal vez Dios me haya forjado precisamente esta cruz y haya hecho que esta casa sea para mí más angustiosa que si estuviera en la cárcel con cadenas en los pies… Pero tiene usted razón, este sufrimiento es inútil, porque es un sufrimiento para mí solo, y sería vanagloriarme si además pretendiera atribuirme el de los demás.

¡Puntúa este artículo!