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– Yo soy el Rey Mayor: Melkor, el primero y más poderoso de los Valar, que fue antes que el mundo, y que hizo el mundo. La sombra de mi propósito se extiende sobre Arda, y todo lo que hay en ella cede lenta e inflexiblemente a mi voluntad. Pero sobre todos los que tú ames mi pensamiento pesará como una nube fatídica, y los envolverá en oscuridad y desesperanza. Dondequiera que vayan, se levantará el mal. Toda vez que hablen, sus palabras tendrán designios torcidos. Todo lo que hagan se volverá contra ellos. Morirán sin esperanza, maldiciendo a la vez la vida y la muerte.

Pero Húrin respondió:

—¿Olvidas con quién hablas? Las mismas cosas dijiste hace mucho a nuestros padres; pero escapamos de tu sombra.—Esto último te diré entonces, esclavo Morgoth —dijo Húrin—, no perseguirás a los que te rechazan más allá de los Círculos del Mundo.

—Más allá de los Círculos del Mundo no los perseguiré —dijo Morgoth— porque nada hay allí. Pero dentro de ellos no se me escaparán en tanto no entren en la Nada.

—Mientes —dijo Húrin.

—Ya lo verás, y confesarás que no miento —dijo Morgoth. Y llevando a Húrin de nuevo a Angband, lo sentó en una silla de piedra sobre un sitio elevado de Thangorodrim, desde donde podía ver a lo lejos la tierra de Hithlum al oeste y las tierras de Beleriand al sur. Allí quedó sujeto por el poder de Morgoth; y Morgoth, de pie al lado de él, lo maldijo otra vez y le impuso su poder de manera que Húrin no podía ni moverse ni morir, en tanto Morgoth no lo liberara.

—Ahora quédate ahí sentado —dijo Morgoth—, y contempla las tierras donde aquellos que me has entregado conocerán el mal y la desesperación. Porque has osado burlarte de mí y has cuestionado el poder de Melkor, Amo de los destinos de Arda. Por tanto, con mis ojos verás y con mis oídos oirás, y nada te será ocultado.

¿Olvidas con quién hablas? Las mismas cosas dijiste a nuestros padres; pero escapamos a tu sombra. Ya perdiste la batalla desde el principio y aunque parezca que vences la realidad es que tu derrota es irrevocable. Puedes sujetarme a una silla de piedra y mostrarme todos los horrores del mundo, puedes llevarte delante de mis ojos todo lo que alguna vez he amado, puedes enseñarme el dolor y hacérmelo sentir, puedes destruir mi identidad y hacerme dudar de todo menos de mí mismo, la única duda razonable. Puedes hacer todo eso, que no perderé mi condición de hombre ni la única certeza que tengo en esta existencia sumida en desesperación:

PERDERÁS.

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