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El año en que llegaste, el Real Madrid ganó la decimocuarta. Contra todo pronóstico, contra viento y marea, contra todos los mejores clubes de Europa (casualmente financiados por Estados a fondo perdido). Realizando una serie de remontadas en los últimos minutos a cada cual más épica que la anterior, sabiendo que no hay imposibles, sin perder nunca la fe. Como el buen vino, cada Champions mejor que la anterior. El fútbol ha cambiado mucho estos años, pero esa Champions nunca la olvidaré. Hubo también un Mundial de fútbol raruno, en diciembre, en un país con una sombra muy alargada, el único de Messi y el tercero de Argentina. De la Selección española de fútbol no hubo mucho que destacar, pero al menos ganamos el Eurobasket de forma inesperada y Carlos Alcaraz empezó a hacer historia recogiendo el testigo de Rafael Nadal.

El año en que llegaste, la pandemia parecía que la estábamos dejando atrás. Sin embargo, la inflación estaba por las nubes, Rusia invadió Ucrania, sufrimos una crisis energética y vivimos el verano más caluroso de la serie histórica que arranca en 1961. Pero también hubo notas positivas, como el avance sin parangón hacia la obtención de energía limpia a través de la fusión nuclear o los nuevos descubrimientos en la lucha contra el cáncer.

El año en que llegaste fue el año en que viví el día más alegre y pleno de mi vida, gracias a Dios. Este gracias no es una frase hecha, como estoy convencido de que ya sabes aunque no seas consciente de ello. Fruto de ese día, de los que lo precedieron preparando el camino y de los que vinieron después empezando a transitarlo, llegaste tú. ¿Cómo podría negarme a que pudieras vivir algún día lo que yo viví? ¿Acaso alguien podría comprar un vino nuevo mejor? No en vano ese año acabó en mis manos el ensayo ¿Por qué dar la vida a un mortal?, que me encantaría que leyeras algún día. Va por ti, Fabrice.

Fue, por tanto, un año de retos, de grandes cambios. Profesionalmente también, pues viví un ascenso inesperado que todavía estoy asimilando y que me ha hecho darme cuenta de que cada vez tengo más cosas que aprender, de que soy capaz de meter la pata como el que más y de que no puedo abarcarlo todo. Fue el año también en que tu madre y yo conocimos a Gandalf (¡sí, existe!) y empezamos un camino de más de 100 km con el objetivo de tirar el Anillo en los fuegos de… Bueno, ya te hablaré de eso a su debido tiempo. De aquel encuentro surgieron mil y una historias que te contaremos cuando crezcas y me regales tabaco de pipa de la Comarca.

El año en que viniste, aparecieron varias IAs con las que el mundo empezó a imaginar cómo serán los próximos 50 años. Este post no lo ha escrito ChatGPT (aún no llega a escribir algo tan errático y humano como esto), pero quién sabe si cuando seas capaz de leer esta carta tendrá el suficiente entrenamiento para hacerlo. La imagen de cabecera de esta entrada sí que la hizo Dall·E 2 (¿notas la diferencia ahora que calculo que iremos por la versión 10 cuando seas capaz de leer esto?).

El año en que apareciste, fuimos los padrinos de tu amiga Elenita, mi mejor amigo también se casó, mi otro mejor amigo se prometió y mis otros dos mejores amigos se ennoviaron al fin (y nuestra boda tuvo algo que ver en algún caso). Otros mejores amigos aún están esperando su momento. Hubo más bodas y prometimientos, tanto de amigos que conocimos lejos allá por Flandes como de amigos que conocimos en andanzas telecas o de toda la vida. Y tuve la ocasión de participar, también de forma inesperada, en un musical sobre un hombre cuya vida todavía me pone la piel de gallina. Allí conocí también a un muchacho que, poco después, pasaría a formar parte de nuestras vidas… pero sobre todo de la de una de tus tías.

El año en que llegaste, fue la primera vez que salí de Europa y visité Asia. Sri Lanka vivía momentos convulsos políticamente pero estaba lleno de vida amable, Maldivas parecía más un cementerio de elefantes tostados por el sol. Aprendimos frases clave en cingalés, a tener siempre localizado el pasaporte y a reírnos de nuestra estupidez. Ese año tu madre fue por primera vez a la Semana Santa de Sevilla y visitamos a tu otra Madre por primera vez en Covadonga. Las vacaciones en Navarra, Palencia y León fueron muy especiales porque fueron las primeras de casados y estuvieron llenas de arte, historia y buena comida (oferta de vino incluida).

El año en que llegaste, mucha gente diría que no habías llegado por el simple hecho de que aún estabas en el vientre de tu madre. Como si hubiera alguna diferencia sustancial entre el medio acuoso en el que te desarrollabas y el medio terrestre en el que estarás en pocas semanas. Es claro como el día que aquí estás. Y, sin embargo, el año en que llegaste no era muy consciente de que ya estabas. Creo que en ese aspecto me pasó como a Gistau en aquella célebre columna del martini y el meconio. Y aunque aún no huele a polvos de talco en casa, empiezo a intuir que me va a pasar lo que le ocurrió a él.

Sé que debo esforzarme por ser mejor, por si algún día te da por tomarme como ejemplo. Sé que tengo que prepararme para resolver todas tus dudas. Sé que tengo que aprender de vinos y sobre todo que tengo que aprender a pedir perdón. Y llamar más a mi abuela. Voy a rezar. Voy a preparar cerveza para los Reyes Magos y leche para los camellos. De hoy no pasa que monte la minicuna.

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