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A mi abuelo Juan le daba bastante igual la feria. Es verdad que a lo que era bastante indiferente era a la feria de Sevilla, que es un tipo de feria muy distinto del que habla Ana Iris Simón (Campo de Criptana, 1991) en su primer libro, Feria (2020). En Sevilla si no tienes contactos en las casetas «no tienes na que hacé, puedes ir a los cacharros y poco má». De la feria que habla Ana Iris apenas quedan retazos en toda la geografía española, es triste y bonito a la vez que con su libro haya conseguido que ese testimonio vaya a soportar el paso del tiempo, que es un paso más firme que el de las críticas que ha recibido por diversos motivos.

No lo digo por decir, tengo claro que Feria será un libro que se seguirá leyendo dentro de cien años. En el examen de Lengua de selectividad, si es que sigue existiendo la asignatura de Lengua y lo que es menos probable, si sigue existiendo la selectividad, mis bisnietos tendrán que analizar un texto de Feria y decidir si es un texto costumbrista, una autobiografía, un ensayo o una oda a una España que ya se ha ido porque la echaron a empujones en aras de la modernidad, las autovías, los centros comerciales, el AVE y todo eso. O todas las opciones anteriores.

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Feria (RADICALES)
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Simón, Ana Iris (Autor)
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Porque, ¿de qué va Feria? A Ana Iris la conocimos de causalidad y a Isabel le pareció majísima. «Cosas veredes, Sancho, que farán fablar las piedras», no importa que esa frase nunca la dijera el Quijote porque expresa una realidad. Isabel, igual que la Ana Mari, es como el universo: se expande, aunque desde que nació Clarita su expansión dejó de acelerarse para volverse constante. Resultó que a un amigo de Ana Iris le había llegado la reseña de Feria que publiqué en el blog después de que Clarita estuviera ingresada con mes y medio por bronquiolitis y quería conocernos. Y, por supuesto, nada más pedir el primer tinto de verano de la tarde, Isabel le soltó a Ana Iris la consabida pregunta: ¿De qué va Feria?

También digo que seguramente nuestros padres se casaron y tuvieron hijos y se metieron en hipotecas por eso que se ha convenido en llamar «imperativo social», porque «era lo que había que hacer», pero que creer que sobre nuestras cabezas no sobrevuelan otros imperativos igual es la mayor prueba de que lo hacen y de que quizás nos hemos creído lo de la libre elección y lo del progreso y lo de la democracia liberal como única arcadia posible. Y menuda arcadia.

Feria, p.20

La primera idea que me hice yo sobre la respuesta a esta pregunta fue sugerida por algo que suele ir el principio: el índice. Tener capítulos titulados “Toda mujer ama a un fascista” o “Yo duermo abajo y arriba España” ya hacía presagiar que se venían curvas, porque claro, cómo le iban a publicar a esta mujer un libro donde se blanquee el fascismo al realizar semejantes declaraciones. Luego pensé que el libro estaba publicado y era un best-seller, que es como llamamos a los libros que más se han vendido aunque no los haya leído ni la mitad de la gente, así que respiré hondo y seguí leyendo para encontrarme otros títulos sorprendentes como “La historia que emocionaría a Juan Manuel de Prada o “Me da envidia la vida que tenían mis padres a mi edad”, que si no son encabezados directamente fascistas desde luego se acercan mucho a un cierto discurso nostálgico-reaccionario-católico-patriarcal-faminazi-semeacabanlasetiquetasparadefinirloquenomegusta. Y todo el mundo sabe que la nostalgia es peligrosa, aunque este sea un ejemplo de manual de la falacia de la pendiente resbaladiza. Y no vayamos a tener que definir progreso de alguna manera SMART*, querido Sancho.

Pero ¿cómo iba a morir alguien que ni siquiera había nacido? ¿Cómo iba a dejar de existir la nada, que era lo que mi padre me decía que eran los niños antes de nacer?

Feria, p.55

Tras leer el libro, a Feria y a Ana Iris, a Ana Iris y a Feria, tanto monta monta tanto porque son lo mismo, la sensación que más me ha embargado es el escalofrío transformado en un pensamiento: “Eso es”. Y justamente por eso entiendo perfectamente las críticas que se ha llevado, porque hablar hoy de maternidad joven, de arraigo a una tierra, de vinculación a una familia, de la religión de nuestros abuelos, de costumbres que devienen en ritos libremente abrazados, de lo femenino y lo masculino como adjetivos no intercambiables, de la vida con sentido y de la muerte con fe, no es cómodo para muchas personas.

Me contó también que, como su familia materna era rica, pensaba que su historia familiar no merecía ser contada y por eso apenas la contaba y yo le respondí que bueno, que al menos en el relato siempre es más fácil ser David que Goliat, sobre todo en un mundo que se parece cada vez más a una competición de plañideras.

Feria, p.82

Ana Iris ha cogido un espejo y ha señalado la desnudez del principito posmoderno y los pecados (y la penitencia) de la generación que compartimos. Ana Iris ha escrito un libro que presenta la belleza de todo aquello que es pre-político o, si lo prefieres, meta-político, y por ello se ha llevado bofetadas de aquellos que piensan que lo personal es político – aunque ella sea de izquierdas tirando a comunista – y de aquellos que niegan la existencia de algo que pueda superar a la polis entendida como aldea global cosmopolita, de aquellos que prefieren crear islas autosuficientes autorreferenciales a crear hogares y comunidad. Ana Iris es manchega, ama a su familia, agradece y siente sus raíces aunque tengan sus sombras, entiende la diferencia entre maternidad y paternidad, cita a Machado y a Cervantes y de pequeña le gustaba mimetizarse con las viejas al ir de escondidas a misa. Ana Iris al poco de publicar el libro fue madre por primera vez.

Yo que siempre había pensado que tener hijos joven era de pobres porque mis padres lo eran y que no plantearse siquiera hacerlo con menos de treinta era sinónimo de que algo había evolucionado cuando es justo al revés. Yo, que tenía que hacer no muchas pero sí algunas cosas «antes de asentarme» y que ahora cuando me dicen eso respondo que a mí ya no me quedan cosas y que, es más, esas cosas nunca existieron.

Feria, p.26

Se puede estar muy de acuerdo con ella, bastante de acuerdo o nada de acuerdo. Lo que me parece indiscutible es que este libro debe leerse. Para mí, de eso va Feria, de sentirse en casa. De hogar. Y por eso sé que se seguirá leyendo dentro de cien años. Y que a mi abuelo Juan le habría gustado leerlo aunque no le gustara demasiado la feria de Sevilla.

*SMART es una metodología para definir objetivos. Se trata de un acrónimo del inglés a través del cuál se explican las características básicas de los objetivos SMART. Éstos deben ser específicos (Specific), medibles (Measurable), alcanzables (Achievable), realistas (Realistic) y de duración limitada (Time-bound). Igual que nuestra noción de progreso, ¿no?

P.D: Isabel y yo aún no conocemos a Ana Iris. Aún.

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