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Se palpa en el ambiente de estos meses la sensación de estar flotando a la deriva hacia un futuro poco halagüeño en el que los remeros de la barca política tiran cada uno hacia un lado con todo lo que eso conlleva: vueltas en círculos y mareos seguidos de náuseas desagradables. Pareciera que en estas circunstancias hablar de educación tiene poco sentido, pero nada más lejos de la realidad, querido lector. El origen de la palabra política está íntimamente ligado a la paideia (educación); educación que en un último término acaba constituyendo el diagnóstico de la sociedad y, por extensión, de su vida política. Es por eso que entender las ideas que sustentan la educación actual – si es que hay algo sólido que la sustente – es tan importante, como nos explica nuestra nueva firma invitada de hoy, que deseamos siga visitándonos muchas más veces.

El realismo en educación, ¿algo ingenuo?

David García-Amado

Educar en el realismo, podría ser un libro de Catherine L’Ecuyer (su libro, Educar en la realidad, muy recomendado); pero no, me refiero al realismo ontológico, algo completamente outsider en el ámbito educativo. Pero, ¿es algo ingenuo querer fundamentar la educación en convicciones sólidas – guiadas por ese “sentido interno” que llamamos verdad? Posiblemente, hemos olvidado estas convicciones y esclavos del miedo, nos dejamos llevar por la verdades de la mayoría social, pragmática e utilitaria. Miedo razonable, por otro lado, ya que “en el mundo de la modernidad líquida, la solidez de las cosas, como ocurre con la solidez de los vínculos humanos, se interpreta como una amenaza” [1], como dice el filósofo Zygmunt Bauman.

Ya desde la Antigüedad clásica la paideia (educación) se realizaba a través del diálogo y era una cuestión reservada solo a los filósofos y maestros. Aristóteles (384/322 a. C) consideraba la educación como la búsqueda de la verdad y la perfección, a través de las virtudes, para que el alumno sea libre y feliz [2]. Del mismo modo para San Juan Pablo II, son indispensables para el desarrollo integral del ser humano “las actitudes virtuosas: la prudencia y las otras virtudes cardinales” [3]. La controversia está servida: ¿quién determina la universalidad de los valores morales?, ¿las leyes divinas?, ¿el derecho romano?, ¿cómo es posible que algunas acciones morales – la esclavitud, la pena de muerte o el aborto – muten con el devenir de las épocas y la cultura?

Las ciencias sociales dominadas por el relativismo

Desde hace unas décadas afirmar que una práctica educativa es buena en sí misma para el alumno, es cuanto menos osado. Hoy encontramos múltiples handbooks, revistas y artículos en materia de educación, pero siempre impera el subjetivismo y el constructivismo donde fundamentar la investigación. Autores como Robert Stake, para estudio de casos, propone construir otra realidad segunda, ante la imposibilidad de conocer una realidad primera [4]. Sin embargo, la conclusión a la que he llegado, es que negar la existencia de una verdad objetiva, eliminando la crítica y el debate, paradójicamente pueden hacer prescindibles a los investigadores y docentes mismos.

El individualismo y el utilitarismo en la educación

Este subjetivismo tiene unas consecuencias visibles en el individualismo de nuestra cultura. El ser individual, hace de los otros seres, medios para su propio fin. Esta relación de uso y posesión en aras del bien individual, no es solo de nuestra cultura actual, es algo, según afirma el filósofo Buber [5], que emerge en todo hombre, pasada la etapa de apego. Se repite en cada generación este olvido de las relaciones verdaderas del hombre consigo mismo, con el otro y con su Hacedor “en el principio [6].

La negación de la naturaleza herida del hombre, ha generado mucho mal en la historia no solo en ideologías políticas, sino también en la educación, como dice Benedicto XVI:

Ignorar que el hombre tiene una naturaleza herida, inclinada al mal, da lugar a graves errores en el dominio de la educación, de la política, de la acción social y de las costumbres [7].

La escuela desde la revolución industrial ha basado su sistema educativo en este individualismo pragmático, con el fin concreto de formar hombres para el trabajo y la industria. La educación ha estado a merced del poder de la política o de un lobby para obtener derechos y alcanzar privilegios. De este modo “cuando no se reconoce la verdad trascendente, triunfa la fuerza del poder, y cada uno tiende a utilizar hasta el extremo los medios de que dispone para imponer su propio interés o la propia opinión” [8].

Así, la búsqueda de la verdad y la belleza, quedan relegadas al ámbito privado o marginal de lo no-útil para la sociedad, como lo son carreras como filosofía, literatura o música. Siendo lo que son, madres del saber, como la Ontología (=el estudio del Ser en general), hoy resultan la nada más superflua, y se da por encima en filosofía de bachillerato o incluso en el mismo grado.

Redescubrir la verdad en la educación

San Juan Pablo II, nos alerta:

La cultura contemporánea ha perdido en gran parte este vínculo esencial entre Verdad-Bien-Libertad y, por tanto, volver a conducir al hombre a redescubrirlo es hoy una de las exigencias de la Iglesia

Alguno podrá pensar que esto de hablar de una verdad objetiva o sentido interno es algo de románticos o idealistas, no para el hombre contemporáneo, sin embargo, resistirse a creer en una verdad objetiva se daba ya en el s. IV. San Agustín de Hipona (354-430) dice al respecto, que aunque el hombre no lo quiera, y su razón no lo admita, existe en el hombre un sentido interno que le capacita para conocer algo que le trasciende. Este sexto sentido, que le hace conectar y alegrarse cuando alguien realiza un acto bueno, es lo que llama Santo Tomás de Aquino, ley natural intrínseca a todo hombre, que participa de una razón eterna. No es algo que está lejos de nosotros y que se alcanza por ascetismo, sino que es algo que tenemos desde el principio, “se refiere a la naturaleza propia y originaria del hombre” [9]; todo hombre dotado de razón esta llamado por su naturaleza a buscar la Verdad, practicar el Bien y contemplar la Belleza.

La tarea del maestro, como la de un artista, debería ser entonces poder vislumbrar estos atisbos de verdad en la realidad circundante. En palabras de Ortega y Gasset la maestría consiste en:

El poder magnífico que algún hombre tiene de distender un poro de esa niebla imaginativa y descubrir a su través, tiritando de puro desnudo, un nuevo trozo auténtico de realidad [10].

Educar en la verdad a través del diálogo

El maestro es llamado por el Creador a transmitir ese deseo por la verdad de las cosas, a través del diálogo. El maestro debería ser autoridad (del lat. augere=hacer progresar), no alguien autoritario que impone su verdad, sino alguien que dirige al alumno, mostrándole su repertorio de cosas verdaderas, para llegar juntos a la Verdad, como lo hacía Sócrates o Jesucristo dialogando con los escribas [11].

La adhesión a la verdad, hace necesaria la formación temprana de la conciencia en la familia y la escuela, para adquirir una “conciencia recta”, como dice San Pablo. Para estar abiertos a la verdad, debemos ser conducidos por otro, para distanciarnos de la propia subjetividad engañosa, de la razón egoísta, de ideologías de poder y del miedo al libre albedrío que nos paraliza.

Ahora que esta pandemia ha paralizado el ritmo frenético de vida que llevábamos, aprovechémoslo, volvamos a las raíces de nuestro ser persona, quitemos la cáscara de lo superfluo para que reluzca la verdad.

El maestro debe recordar siempre que es frágil y limitado; el pupilo solo podrá encontrar respuesta plena a su anhelo de verdad sobre quién es, en Jesucristo.

Cuando los hombres presentan a la Iglesia los interrogantes de su conciencia, […], en su respuesta está la voz de Jesucristo, la voz de la verdad sobre el bien y el mal. En la palabra pronunciada por la Iglesia resuena, en lo íntimo de las personas, la voz de Dios, el «único que es Bueno» (Mt 19, 17), único que «es Amor» [12]

Veritatis Splendor, Juan Pablo II

  • [1] Bauman, Z.: Los retos de la educación en la modernidad liquida.
  • [2] Dávalos, L: La educación en valores. Ediciones Erasmus, 2016, pp. 34-36.
  • [3] Juan Pablo II, Cart, enc. Veritatis Splendor, 1993.
  • [4] Stake, R.: Estudio de caso.1998, p.12
  • [5] Buber, M.: Yo y Tú. Barcelona: Herder, 2017, p. 141.
  • [6] Expresión que hace referencia al hombre antes del pecado original, fue acuñada por San Juan Pablo II en sus catequesis sobre la teología del cuerpo.
  • [7] Benedicto XVI, cart. Enc., Caritas in Veritate, 2009
  • [8] Juan Pablo II, Veritatis Splendor, 1993
  • [9] Ibidem
  • [10] Ortega y Gasset, J.: Estudios sobre el amor. 1939
  • [11] Mt 13, 52
  • [12] Juan Pablo II, Veritatis Splendor, 1993.

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