Bisonte de la Sala de los Polícromos de Altamira, Santillana del Mar (Cantabria, España). Pintura polícroma sobre piedra caliza de en torno a 2 m de largo, realizada en ocre con tonos rojizos y con detalles en grabado, datada dentro del Paleolítico Superior y concretamente en el periodo Magdaleniense III, es decir, en el Magdaleniense inferior cantábrico (14.500 BP). La figura representa un bisonte, posiblemente embistiendo o revolcándose en el polvo, sin apreciarse claramente si está vivo o muerto.
La cueva de Altamira fue descubierta por Modesto Cubillas hacia 1868, siendo el naturalista Marcelino Sanz de Sautuola quien identificó su valor arqueológico en 1879 al reconocer un gran panel de pinturas prehistóricas de gran calidad. Si bien su descubrimiento fue rechazado en un primer momento por los arqueólogos más importantes de la época, los franceses Mortillet, Cartailhac y Harlé, descubrimientos posteriores de pinturas rupestres en España y Francia acabaron reconociendo la veracidad del hallazgo de Sautuola. La caverna fue declarada Patrimonio de la Humanidad en 1985.

En lo referente a la cronología estilística, H.Breuil clasifica el techo de los polícromos dentro de su ciclo Solútreo-magdaleniense, considerándolo el paradigma de la excelencia artística que se alcanzó en esta etapa. Por su parte, Leroi-Gourhan lo incluyó dentro del Estilo IV antiguo por sus características de gran realismo, perspectiva normal y su detallismo manifestado en los cuernos, pezuñas y gibas de los bisontes.
La Sala de los Polícromos, donde se localiza esta figura, se encuentra próxima a la entrada de la cueva, mide 18 m de largo y 9 de ancho y se estima que debía de tener entonces entre 1 y 2 metros de altura. El techo cuenta con abundantes salientes y entrantes rocosos que fueron aprovechados en la ejecución de la mayor parte de las figuras de la sala, en su mayor parte de carácter zoomorfo y fundamentalmente bisontes, si bien también hay una cierva y algún caballo, así como signos de tipo claviforme.
El proceso creativo de la figura comienza con la selección del espacio. El lugar más adecuado para la conservación del arte rupestre es el interior de la cueva, ya que está más protegida contra el clima. Sin embargo, esto no indica inequívocamente que los hombres del Paleolítico Superior tuvieran una preferencia cultural por los conjuntos rupestres en el interior de las cuevas, ya que los procesos erosivos medioambientales han podido causar el deterioro y eliminación de manifestaciones rupestres realizadas en santuarios exteriores y al aire libre.

Continuando con el proceso creativo, el artista analiza la superficie del soporte (piedra caliza en el 98% de las cuevas del Cantábrico por ser una zona kárstica), junto con sus fisuras, grietas y entrantes, para conformar la silueta y el volumen del animal (los cuartos traseros, por ejemplo, están perfectamente adaptados a la fisonomía de la roca). La ejecución se realiza mediante un grabado ligero con el que se destacan diferentes partes de la anatomía del bisonte mediante incisiones en V realizadas con buriles de sílex. Una vez completado el contorno, se confecciona el material pictórico a partir de pigmentos naturales como colorantes minerales (el ocre con arcilla, el rojo con óxido de hierro, el negro con manganeso y carbón vegetal) y aglutinantes de grasa animal o agua. Mediante este proceso se obtenían los dos colores básicos, rojo y negro, así como los colores secundarios de la paleta del artista. Es entonces cuando se dibuja con trazos negros la silueta y con tinta plana negra algunos detalles anatómicos del bisonte (pelaje y volúmenes), posiblemente mediante un pincel de pelo animal. Finalmente, la figura se rellena distribuyendo uniformemente el color (técnica de la tinta plana) con ocre en tonos rojizos con algún tipo de gamuza. Si bien sólo se usaron dos colores, a estas pinturas se las ha llamado tradicionalmente “polícromas” por la diferencia de intensidades que lograron en la aplicación de los pigmentos. El resultado es una figura dinámica y naturalista de enorme realismo.
Los paralelos más claros de estos bisontes se encuentran en el primer panel de la Cueva de El Castillo, donde éstos aparecen con un estilo semejante y con las mismas posturas (tumbados). Sin embargo, el carbono 14 ha datado estas manifestaciones en un momento posterior a los bisontes de Altamira, en el Magdaleniense medio, por lo que la teoría de que fueron realizados por el mismo artista parece refutada.
En cuanto a las teorías interpretativas, H.Breuil, defensor de la interpretación de la magia simpática de la caza y la fecundidad, arguye que el bisonte forma parte de una serie de ritos propiciatorios en favor de una caza abundante. Para J.Clottes, defensor del chamanismo, los bisontes pertenecerían a una serie de alucinaciones que los participantes de un rito habrían tenido durante un segundo estado de alteración de la conciencia. M.Raphael, teórico del estructuralismo, por su parte, interpreta el panel como una escena de enfrentamiento espiritual entre dos clanes rivales: el clan del bisonte y el clan de la cierva. A.Leroi Gourham, en cambio, ve cumplida su teoría de la articulación del espacio del santuario en que los bisontes y los caballos se encuentran en la zona central de la cueva, simbolizando un principio de complementariedad sexual hombre-mujer. Finalmente, L.G.Freeman ha postulado recientemente que los bisontes y los humanos son la sombra uno de otro debido a la relación simbólica que existe entre los bisontes del Gran Techo y las “máscaras” con forma humana de la Galería Final.
La Sala de los Polícromos de Altamira es, en definitiva, una de las muestras más bellas del arte rupestre paleolítico. Un testimonio palpable del gusto estético y las habilidades técnicas de sus autores, así como de las creencias de los grupos humanos que habitaban la zona cántabra. Es, por tanto, un símbolo de una importancia capital dentro de un patrimonio cultural que debe ser protegido y conservado.
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