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Hoy toca un inconcluso más. Y que no termine.

 

Nunca fui un gran narrador ni la labia fue mi don, pero tengo algo en mi cabeza y explico buenos cuentos. Si quieres, ahora, que hay tiempo, empiezo a recitar el nuestro.

* * *

La Luna de repente le habló:

«Crece allá arriba donde no hay maldad y el viento habla a través del cristal. Así sabrás si es casualidad»
Se aprestó a su destierro voluntario, pero el miedo atenazaba y se bebía su determinación: era un caballero montaraz muy anormal.

El aire puro renovaba sus batallas, las fuerzas se recuperaban bajo un sol de nieve; la batalla se acercaba, la hora era llegada. Mas sus monstruos aparecían: cíclopes y trasgos, trolls y orcos a punto de ensartar. Eran reflejo de su inseguridad.

Huyó caminando más allá del sol, a las cumbres nevadas donde los hombres ya no deciden perderse, donde el hielo es mejor compañero que la soledad.

Pero el Nigromante apareció para sembrar el caos y el joven montaraz cayó.

«¿Y si anochece de repente? ¿Y si el fuego se pierde? ¿Y si es vana ilusión lo que nos mueve?»

Pero un eco respondió:

«¿Es que no ves esa luz?»

Saltó entonces sin cesar, entre sueños oníricos y aurora fugaz. El miedo seguía ahí, pero también la determinación de luchar.

«Ya verás, ya verás. Esto no va a terminar. Caerá mi espada, pero no mi voluntad».

Entonces el pecho del Nigromante quebró bajo la espada y se oyó un alarido que resonó en todo el monte.

Entonces en el acantilado su rostro fue: ya era cuarta o quinta vez. Y cuando su imagen se deslizaba, él la encontró iluminada. La quería, eso bastaba. Y la Luna les dio el premio.

Aún había mucho que recorrer, no importaba.

Debería ser posible.

Sí, debería ser posible.

Debería ser posible, sí.

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