Hace cosa de dos meses, me encontré en medio de una mudanza. Era el momento de decir adiós a nuestra primera casa, empacar nuestras pertenencias y embarcarnos en una nueva aventura tirando de una de las furgonetas de GoTo. Quizás debí llamar a Mister Mudanzas para ahorrarme los cinco trayectos de ida y vuelta que tuve que hacer (viaje al punto limpio incluido), pero no lo hice (y lo que vas a leer a continuación no te sorprenderá).
No quiero exagerar, tampoco es que los viajes fueran desde Madrid a Barcelona (si así hubiera sido habría googleado “mudanzas Barcelona” sin remordimientos), pero hubo alguna que otra complicación logística. El excel de planificación en el que todos mis colegas tenían definidos sus horarios y tareas se desarrolló con precisión milimétrica. El problema fue el somier y su dimensión macrocósmica. Su diagonal sostenida. Su rectángulo oblongo que no cabía en la furgoneta alquilada cuando quedaba menos de hora y media para tener que devolverla (viaje de ida y vuelta incluido).
En ese momento crítico, pensé en “La Carretera” de Cormac McCarthy, en la ineludible realidad del cambio, en cómo las circunstancias pueden cambiar drásticamente y, a veces, estamos obligados a adaptarnos y sobrevivir. Recordé las veces que había tenido que enfrentarme a desafíos inesperados, pensé en aquellas situaciones en las que la humanidad a menudo muestra una fortaleza sorprendente y recordé la resiliencia y la determinación del protagonista y su hijo en dicha novela. Acto seguido, alguien me dio una colleja, desperté de mi delirio y mi amigo Jeromino (¿se escribe así?) solucionó el problema. Sólo diré dos palabras: gancho cuerda elástico.
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Así que sí, En tiempos de cambio no hagas mudanzas es un refrán certero que podría atribuir sin remordimientos a mi abuela aunque jamás se lo haya oído decir. Sin quitarle una coma a la frase, a menudo es complejo discernir qué es un tiempo de cambio. ¿No es el mismo río siempre distinto cuando te acercas a él? ¿No es el mismo lío siemple distinto cuando te acelcas a él? (proverbio chino). Sin embargo, cuando estás de mudanza no es difícil identificar el cambio, pues al indiscutible cambio de domicilio también le acompaña un cambio interior, un cambio digestivo, menos perceptible a simple vista pero más evidente si te paras a pensar que has dicho adiós a tu panadero y a tu carnicero de confianza.
Pero no todo iban a ser llantos. Al llegar a mi nuevo barrio y municipio, al igual que el Principito de Saint-Exupèry se aventuró en un nuevo mundo con curiosidad y conoció al zorro, yo giré la esquina y me encontré con Olec, que sin saber más de veinte palabras en español, renovó todas las paredes y techos de nuestro nuevo hogar mientras acababa con las existencias de Mahou Clásica del Alcampo. Dicen que todo cambio de residencia es una oportunidad para el crecimiento personal y la transformación. Para mí y para Olec fue una oportunidad para odiar el traductor de Google por inútil e ineficaz (excepto en lo que a la cerveza se refiere).
Hay algo que da esplendor a cuanto existe, y es la ilusión de encontrar algo a la vuelta de la esquina
G.K.Chesterton
Al fin, siete días y quinientas noches de Obramat después, entramos a vivir en nuestro nuevo hogar. Durante este duro proceso habíamos llegado a adaptarnos a una nueva rutina (rasca-lija-pinta); habíamos encontrado una gran comodidad en la cama re-conocida (el sofá); habíamos atravesado los cuatro vientos con un maletero ligeramente extensible (gancho cuerda elástico) . Y con todo esto, fue entrar en la casa y nuestra vida se transformó nuevamente de una forma totalmente inesperada: la casera se había dejado la tele aunque nos había dicho que se la iba a llevar. ¿Conclusión? Mi mujer se regocija, Pablo Motos me sonríe de forma irónica y yo le pregunto a Olec si tiene algunos amigos del este del Dniéper que puedan hacerme un favorcillo. ¿Mudanza? Un nuevo comienzo.
- Saint Exupery, Antoine De (Autor)
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